Los invitamos a leer la columna escrita por nuestro director del Grupo Energía e Infraestructura, Federico Rodríguez, donde abordó los desafíos y oportunidades de la producción y comercio de hidrógeno verde en Chile
Chile tiene hoy una oportunidad histórica: convertirse en líder global en la producción y comercio de hidrógeno verde. Tenemos ventajas comparativas difíciles de replicar -recursos renovables excepcionales, estabilidad institucional, posicionamiento geográfico- y, además, fuimos de los primeros países en lanzar una estrategia nacional con metas ambiciosas y bien formuladas.
Sin embargo, si uno conversa con desarrolladores, inversionistas o proveedores de tecnología, el diagnóstico es casi unánime: el potencial está, pero los obstáculos también, y muchos son autoinfligidos.
El primer freno es la burocracia o “permisología”. Aunque el número de proyectos ingresados al SEIA ha crecido -y en 2024 rompió récords en monto de inversión-, lo cierto es que el proceso completo de tramitación sigue siendo lento, fragmentado e incierto. Las empresas deben sortear autorizaciones ambientales, sanitarias, eléctricas, marítimas y de aguas, sin una ventanilla única ni criterios específicos para proyectos de hidrógeno verde.
Lo más preocupante es que el modelo de permisos actual fue diseñado para otra época, y para otro tipo de industria. Aplicar esta lógica a una tecnología emergente y altamente integrada -que combina energía, agua, transporte, químicos y exportación- es como intentar operar una red 5G con manuales de telefonía fija. El país carece de una ventanilla única o de estándares específicos para el hidrógeno, lo que obliga a las empresas a navegar este laberinto.
El segundo gran desafío es la falta de una legislación moderna y específica para el hidrógeno. No existe aún una ley marco que defina cuestiones fundamentales como la propiedad del hidrógeno, su trazabilidad, las condiciones para transporte terrestre o marítimo, las servidumbres necesarias o los estándares para calificarlo como “verde”.
Ante este vacío, las empresas deben aplicar por analogía normativas pensadas para el gas natural o la electricidad, lo que incrementa la carga de interpretación jurídica, eleva los riesgos contractuales y desincentiva la inversión. Peor aún: la incertidumbre se multiplica cuando organismos públicos aplican criterios dispares frente a un mismo proyecto.
A esto se suma un problema estructural de infraestructura habilitante. Muchas de las zonas con mejor potencial renovable (como Magallanes o el norte grande) enfrentan limitaciones críticas: redes eléctricas saturadas, puertos sin condiciones para embarcar productos peligrosos, o escasez de agua apta para electrólisis. La Enap podría jugar un rol clave, aprovechando su infraestructura logística y de almacenamiento, pero requiere respaldo político y claridad estratégica.
Y aquí es donde muchos se equivocan: los grandes inversionistas no vienen a construir puertos o líneas eléctricas. Pero si esos elementos no están, simplemente no vendrán. El hidrógeno verde no será viable si no se habilitan a tiempo las condiciones logísticas, territoriales, regulatorias y financieras que permitan su ejecución. Las soluciones habilitantes no son un accesorio del proyecto, son su condición de posibilidad.
En mayo de 2024, el Gobierno presentó el Plan de Acción 2023–2030, con una hoja de ruta para el desarrollo de la industria del hidrógeno en Chile. Recientemente también se ingresó al Congreso un proyecto de ley con incentivos tributarios para esta industria emergente. Ambas medidas son pasos en la dirección correcta, y reflejan que el Estado empieza a asumir un rol más activo.
Pero aún estamos lejos de pasar del PowerPoint a la pala. Los proyectos aprobados siguen siendo escasos. Las inversiones comprometidas aún no se materializan en obras. Y los marcos regulatorios siguen sin ofrecer certeza jurídica ni claridad operativa. El desafío, en definitiva, es pasar del relato a la ejecución.
Chile sigue siendo observado con atención desde Alemania, Japón, Estados Unidos, Corea y otros mercados clave. Pero el liderazgo inicial que tuvimos en esta carrera ya no es exclusivo. Otros países avanzan más rápido. Y el capital global, en una industria aún incipiente, irá donde encuentre menos fricción, no necesariamente donde haya más sol o viento.
La pregunta ya no es si tenemos el potencial, sino si tendremos la capacidad -política, técnica y administrativa- de convertirlo en realidad antes de que otros lo hagan mejor o más rápido.
Columna escrita por:
Federico Rodríguez | Director Grupo Energía e Infraestructura | frodriguezm@az.cl